Monday, March 5, 2007

La noche era nocturna cuando salí de casa. Llevaba el abrigo gris ceñido a mi enlutado cuerpo. Caminamos calles largas hundidos en nuestros pensamientos. El progre en los oídos y el hombre a mi lado enciende un cigarrillo.
El reloj corría como gallina renga. Nos sentamos al fondo, en una mesa alta. La mesera torpe luchaba con el corcho de mi tinto. Sentía como la tristeza se amoldaba lentamente a mis ojos. Por fin llega la banda que transporta mi dolor. El blues de siempre duerme en mis venas henchidas.
La distancia entre la mesa y su silla no es suficiente para proteger nuestra botella, la cual tuvimos que aprehender para que no se la llevara la chingada. Lo reconozco cuando pasa, pero no estoy segura de lo que veo. El hombre a mi lado dice que estoy loca. Yo lo miro de reojo.
El hombre a mi lado cena unas empanadas argentinas. Yo fumo. El blues se agota y decidimos marcharnos.
Oímos una voz en el escenario. No quería saber más de músicos, no de los que ya conocía, al menos. Pero me detengo cuando él sube al escenario... aquel nada apuesto y borracho ícono del rock de los ochentas... el cigarrillo dejaba escapar un tímido hilillo de humo, justo antes de extinguirse entre mis dedos.
Miro al hombre a mi lado y sonrío... sabía que no podía estar equivocada ni tampoco ebria. Charlie Monttana asoma su voz letal por el micrófono mientras pedimos una cerveza antes de salir a la calle húmeda y mal iluminada... ¡Adiós tristeza, hola botella de licor!


Texto ambientado con fragmentos de “¡Pum-pum! ¡Bang-bang!” al más puro estilo de Los Esquizitos. Léase con el mismo tono de voz que la rolita...

LA PRUEBA DEL CRIMEN:

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